De lo vil y menospreciado, Dios hace maravillas.
Desde tiempos antiguos, el Señor Todopoderoso ha hablado a las naciones, llamando a su pueblo a escuchar Su voz y caminar en Sus caminos. Sin embargo, los hombres, en su necedad, han preferido cerrar sus oídos, creyendo que su propia sabiduría y deseos carnales son suficientes. Pero el Eterno nos recuerda que, para alcanzar Su gloria, es necesario morir a nosotros mismos. Esta muerte no es física ni literal, sino un acto de renuncia: dejar atrás el ego y las pasiones mundanas para entregarnos plenamente a Su voluntad, como nos enseñó Jesús.
El concepto de amor, tal como lo define Cristo, implica sacrificio. Dar nuestra vida por amor no solo transforma a quienes nos rodean, sino que nos acerca al corazón de Dios. Solo al rendir nuestra voluntad al Eterno podemos experimentar las maravillas que Él tiene preparadas para nosotros. Así como David fue llamado y usado poderosamente a pesar de sus imperfecciones, Dios sigue obrando en las vidas de aquellos que, aunque imperfectos y llenos de temores, confían en Su compañía constante. En la alegría y el dolor, en la salud y la enfermedad, e incluso más allá de la muerte, Su presencia nos sostiene.
El perfume más caro se encuentra en frascos pequeños. Del mismo modo, las personas menospreciadas por el mundo son a menudo las portadoras de los milagros más grandes de Dios. El rey del universo transforma lo improbable en lo posible, haciendo que incluso los reyes se postren ante sus súbditos cuando Su mano obra. Su voluntad es soberana, y todo lo que Él decide se cumple, aunque los planes divinos a menudo escapen a nuestro entendimiento.
La historia del profeta Jonás ilustra esta verdad: cuando Dios le encomendó llevar Su mensaje a Nínive, Jonás intentó huir, guiado por su propio deseo de evitar aquello que no se alineaba con su voluntad. Pero Dios lo confrontó en su desesperación, en el vientre del pez, llevándolo a reconocer la grandeza de la voluntad divina. Aunque Jonás todavía albergaba expectativas humanas, el Eterno pacientemente lo enseñó a someterse a Su propósito.
Pregúntate: ¿quién eres delante de Dios? ¿Qué buscas ser en Sus manos? Como un pequeño frasco en las manos del Perfumero eterno, debes decidir qué tipo de aroma llevarás: ¿serás un perfume dulce que atrae a las almas hacia Él? ¿O te quedarás vacío, resistiéndote a Su obra?
El Señor toma lo vil y menospreciado para manifestar Su grandeza. Tú, que te sientes pequeño e insignificante ante los hombres, recuerda que, en las manos del Dios infinito, tu vida puede ser transformada en un instrumento de Su gloria.